Voy a
permanecer sentado frente al espejo. Descubrí resuelto el misterio es sencillo
retenerte. Ya es inútil tu intento de cerrar la Puerta. Algo de ti está
condenado a la eternidad de la imagen reflejada. Vas a extrañar la sombra que
tengo enfrente y te abandona? Desearía verte mientras te miras en el espejo,
justo como yo lo hago ahora. Serás el mismo reflejo, serás la misma, tu
separada de mí y a mi lado?
Primer día
Tu perfume.
Desde que entraste se dedica a la invasión de mi espacio. Imagino madera y
miel, sangre y flore, miedo y noche. Pierdo el tiempo. No está hecho de
palabras, aspiro profundamente. De lo inexplicable surge tu imagen. Estas aquí.
Tu perfume
se vuelve tres brazos. El izquierdo llega al closet de los olvidos. Llena los
rincones y sigue al primer patio. Humilla a las flores y a los helechos. Prueba
el agua de la fuente y se mete por las ventanas del comedor. Las diez sillas,
el trinchante y la carretilla de los platos abandonan para siempre su
matrimonio con las carnes y las verduras. Pasa a la cocina por la puerta
ciclope y se instala en la estufa, el lavadero y las ollas.
El de en
medio recorre rápidamente el corredor hasta la pared de atrás. Inunda el
segundo patio y la pila antigua con sus dos lavaderos. Entra en el cuarto del
fondo. Resucita a las cosas notas y se mete en el viejo armario desnudando los
secretos olvidados.
El derecho
entra a la sala de visitas. Desempolva el tocadiscos y se sienta en los
sillones, pasa al estudio conoce el escritorio en forma de haba, se mete bajo
el vidrio y saluda a los parientes con rostro sepia. Llega al primer cuarto atravesando
la puerta interna. Se acuesta en la cama sin dueño. Husmea las mesas de noche,
avanza hasta el baño del fondo, adorna los azulejos y desplaza al jabón.
Antes del
baño, estoy sentado en la cama del último cuarto. Tu perfume es la imagen de alguien
que no conozco. Hasta ahora solo le se Lucia. Me inclino atreves de la puerta,
puedo ver hasta la pared de la sala. Te pararas en el fondo. Desde allí podrás
ver hasta el baño. Va a ser gracioso, mi cabeza aparentando estar encima del
lavamanos como si fuera la de mi condenado a muerte en espera del hacha. Ahora
te veré. Te reconoceré, no sé de dónde.
Traerás un
vestido de algodón blanco, sandalias del mismo color y una cinta en la cabeza.
Te acercaras. Me darás la mano y caminaremos por el patio. Hola. Tu voz callada
y dulce. Cierra los ojos. Cuando no te
mire los abrís y miras las nubes. Nos sentaremos en el suelo. Pero solo las
nubes. Harás de cuenta que el cielo no
existe. De una bolsa del vestido sacaras una hoja de eucalipto seca. La recogí ayer a las cuatro y cuarto.
Seguramente en el parque. Donde hay un pájaro
y una ardilla. Entonces sabré porque. Desmenuzaras la hoja con tus manos.
Me pedirás un papel sin usar. Con cuidado recogerás el polvo del suelo. Lo
juntaras todo en el suelo, en el centro. Dibujaras una cara fugaz. Lo doblaras
en cuatro y lo meterás en la bolsa de mi camisa. Te lo encargo, es como el día.
Volveremos
al cuarto. Querré preguntarte tantas cosas. Acercaras un dedo a mis labios, sin
tocarlos y pegaras el oído a la pared que separa mi casa de la vecindad. Me pedirás
que se imite. Escucharemos gemidos. Los vecinos harán el amor. Mientras tanto
acariciaras mis dedos.
Dibujaras círculos
en la yema del índice de mi mano izquierda. Te detendrás en cada surco. Descenderás
lentamente, rodeando las separaciones, viajando alrededor. Así con todos, sin
prisa. Yo no habré despegado el oído de la pared, gemidos y besos.
Lentamente
desabrocharas tu blusa y la bajaras hasta la orilla de tu sostén, para que
pueda ver un dije en forma de espiral que te colgara del cuello. Me quedare
quieto. Te quedaras inmóvil. Después de una eternidad te levantarás y no te veré
sino hasta mañana.
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