Segundo día.
Cuando
llego ya estás aquí. No tiene sentido preguntar cuando llegaste o como
entraste. Tienes un código diferente, para ti no hay imposibles. Por lo menos
eso parece.
Te
encuentro sentada a medio patio, en una silla del comedor. Alrededor hiciste un
círculo con incienso de diferentes aromas. Tienes los ojos cerrados. Tu vestido
es muy parecido al de ayer, pero hoy es violeta. Abrirás los ojos. Siéntate, quiero leerte algo. De tu
vestido sacaras un papel muy sucio y doblado en cuatro (me parecerá conocido). Lo encontré tirado en la calle. Sabré
que sabrás de qué trataba antes de recogerlo, siempre es así.
Lo
desdoblaras cuidadosamente: “Estas
dentro y yo fuera, muriéndome no puedo dejar de pensar en ti. No sé si eres la
vida o la muerte. Tal vez los dos extremos y ningún mundo.”
Que te parece? Me parecerá extraño. Si la vida, esperanzador. Si
la muerte, deprimente. Guárdalo. Será dos
estrellas y la confirmación de lo inútil. Serias capaz de venir de rodillas? Cuando
este enfrente me recostare en tus piernas. De una maceta de violetas arrancaras
algunos pétalos. Me pondrás de espaldas y acariciaras mis parpados con las
flores. El mundo se llenara de purpuras, de amaneceres. Escuchare el sonido del
agua cayendo de la fuente, y nada más. Me parecerás sobrenatural. Me volteare. Así
de rodillas abriré los ojos. Tomaras uno de los pétalos que caen de mi cara. Lo
morderás y me lo darás a probar. Me ofrecerás tus manos.
El sabor
dulce de la violeta cederá y entonces descubriré otro que se asoma detrás. Ese
que te pertenece y me alimenta.
Recorreré obsesivamente
tus dedos en la antesala de la adoración de tus líneas. Llevare mis caminos por
la vida que trazan tus palmas. En el final de la agonía un beso en tus manos. Será
suave, profundo, lleno de incertidumbre de lo que vendrá mañana.
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